miércoles, 19 de septiembre de 2012

SUMERGIDO EN ESCABECHE

     Fue al abrir una lata de sardinas en conserva cuando le vino la idea a la cabeza. La gente tenía miedo a ser enterrada, incinerada, y encima todo aquello era bastante caro y tenebroso. Era agresivo y lento aunque ya todo diera igual llegado el momento. Él no quería secarse en una caja ni arder como un pino, él quería permanecer en una lata enorme llena de aceite de oliva virgen, o sumergido en escabeche como una codorniz, en un bonito tarro de cristal.

     Quiero pasar mis días sumergido en escabeche...


     
     texto JACOBO SÁNCHEZ


jueves, 13 de septiembre de 2012

CUANDO CRUJAN LAS HOJAS AL PISARLAS

     Iba por la calle sonriendo hasta a los zapatos de los escaparates, le gustaban los de puntas alargadas que pinchaban el oxígeno y restallaban al sobar las baldosas. Sonreía a las chicas de los carteles publicitarios, a los puntos cardinales y al monigote verde del semáforo. Luego el monigote hacía que caminaba graciosamente y eso era un cosquilleo en el estómago, le hacía gracia decididamente. Luego aparecía el muñequito rojo, estático, triste, eso hacía llorar a los niños.
     Danzaba por el centro con un secreto no muy oculto, con muchas cosas picoteando en su cabeza, historias pendientes de fin de semana. Era porque llegaba octubre barriendo bobadas de adultos, despejando porquerías y mentes sucias. Era porque Orión empezaba a velar por él por las noches y dormir así de arropado valía más que un lince blanco.
     Filtraba aire a sus pulmones y exhalaba tranquilidad. Las caras amargadas y las ojeras que cruzaban su camino le hacían retorcerse y segregar saliva como si se hubiera tragado un limón verde. Su organismo estaba bien engrasado, funcionaba a pleno rendimiento y eso se notaba por fuera. La palabra envidia la remataba de espuela y su almohada era un algodón de azúcar, a ver quién puede amargarle un instante sin que le despache con un gesto.
     Caminaba haciendo punteos de guitarra con los dedos contra el pantalón, colocando balones imaginarios al área con los pies, alguien los remataría con la vista desde un balcón, seguro.
     Cuando el sol se agotó de regarlo todo y tomó el relevo la noche con todas esas estrellas brillantes, giró sobre sí mismo y emprendió la vuelta a casa. Tenía un teléfono apagado y eso era siempre un buen síntoma. Hoy el día más la noche eran sólo para él, encendería aquél cacharro cuando crujieran las hojas al pisarlas.


texto JACOBO SÁNCHEZ 
septiembre 2012

martes, 11 de septiembre de 2012

EL BAR ESTRECHO

     El bar era alargado y pequeño, oscuro. La gente bebía en fila india un poco incómodos todos, pero esa era la gracia. De vez en cuando alguien encendía un cigarrillo y todos gruñían en silencio. Si había que bailar, aquello parecía un barco en medio de un mar picado, perdías media copa encima del que estuviera al lado, que a su vez vertía la suya en el de delante. El último de la barra no podía verter sobre nadie y gruñía también en silencio, dos gruñidos acumulados. Si querías ir al servicio te lo tomabas con calma y al final llegaba tu turno, si querías pagar tenías que esperar a que la camarera se tomara un chupito de ron, si querías un hielo te ponía mala cara, si querías quitarte el abrigo lo tenías que hacer en la calle antes de entrar. La música era mala y la cerveza tenía poca fuerza. Todo estaba un poco sucio y si pedías una marca de whisky siempre se había acabado. Había un tipo en medio de la barra que siempre estaba allí, con gafas, algo gordo, cerveza en mano y cigarrillo en boca, su edad no era la adecuada pero a él eso le resbalaba por el lomo de manera terrible. A las doce de la noche había dos por uno y la segunda cerveza te la tomabas caliente, era así, te ponía la dos a la vez la chica. No podía ser una y al rato otra, si no no era dos por uno, era una y luego otra. Pagabas dos.
     - ¿Pero no puedes esperar dos minutos y me sirves la otra? - decía siempre el chico flaco.
     - ¡No voy a estar pendiente de ti, o coges las dos ahora o no hay oferta!
     - Obtusa..., pensaba por dentro dándose la vuelta.
     - Obtuso..., decía entre dientes la camarera picando hielo.
     A y media sonaba siempre la misma canción, el vinilo saltaba un poco...uh uuuh uh, me gusta cómo hueles, ponte a salvo oh oh.

     El día que cerró aquella ratonera anduve por la calle buscando un garito de mala muerte sin éxito, todos me parecían demasiado nuevos, ninguno tenía serrín por el suelo, ninguno olía a ropa vieja y humedad, ninguno tenía un hombre gordo en el medio de la barra, se me venía encima una enorme tragedia cuando el cielo se estrujó y me lanzó unos cántaros de agua fresca por encima. El cielo también lloraba el cierre. Se dijo mucho de la chica que llevaba el local, cualquiera podría ser cierta o todas mentira, el caso es que el vacío se apoderó de mi y ni una de mis canciones alegres podía con tal desgracia...solo y herido uoh oh oh, así me dejas, sabiendo que mañana, te irás con otro, a bailar...
     De regreso a casa, empapado hasta la cuarta vértebra me crucé con el hombre gordo del medio de la barra. Andaba con la cara difuminada, henchido en desesperación feroz y con gran merma en su orientación. Algo nublado de vista tal vez, chocaba contra las paredes y elegía otro rumbo, como los coches teledirigidos que había cuando era niño. Como un perro cuando muere su amo duerme en el cementerio, el hombre pasaría la noche en la puerta del bar, si no esperad a que el sol se harte de todo.
     Ya en casa busqué instintivamente algo estrecho y me hallé en el pasillo, con dos cervezas en la mano, no una y luego otra, con dos. Apagué la luz y encendí un cigarrillo, hice el baile de Battiato en su Centro de gravedad permanente y llevé aquello lo mejor que pude, sabiendo que las desgracias nunca vienen solas y que por más que te afeites la barba al día siguiente raspa como una toalla vieja.



texto JACOBO SÁNCHEZ
foto   JACOBO SÁNCHEZ

lunes, 3 de septiembre de 2012

VIDAS VACÍAS

     Nunca nadie le describió tan bien, nadie dio tanto en el clavo, si a algo se parecía su presencia desde luego era a eso. Si era imposible sacárselo del cerebro es porque tenía que estar ahí. Era serio como el sonido de un cable de acero estirándose e imponente como el ruido lento de un buque hundiéndose. Tenía más magia que una frontera y calcular su edad era complicado, sobre todo de espaldas.

     Recuerdo que fue una noche de otoño, la niebla había rizado su pelo y mojado sus pestañas. La niebla hacía que pareciese una aparición. La niebla entraba en los huesos de las personas que se cruzaban con él. Estaba allí tranquilo, hablando de cosas sencillas, cosas que hacían pensar. Sin saberlo iba llenando vidas vacías mientras se vaciaba imperceptiblemente, si seguía así habría que rellenarlo con algo. La muchacha le describió muy bien, casi podías imaginarlo charlando allí con sus gestos dulces y su voz calmada, podías tocarle la cara si cerrabas los ojos. La muchacha estaba entusiasmada contándolo todo.
     - Estaba ahí, de pie, y sonreía. Sonreía mucho y sus ojos eran..., eran como de agua.
     - ¿De agua?
     - Sí, de agua. Agua salada, y tenía gotas de niebla en el pelo y pelo pegado a la frente.

     Tal vez todo eso era cierto, verdadero como que se sintió demasiado hueco al marchar. Necesitaba cargarse por dentro antes de seguir regalando vida, necesitaba un relleno y que no fuera de anchoa.


texto JACOBO SÁNCHEZ
Septiembre 2012