miércoles, 21 de octubre de 2015

ACORDES DE MEDIA NOCHE

     Eso fue lo que pasó, que no se quería ir a dormir porque le parecía que era tirar la vida por el hueco del ascensor. Y cuando estás lleno de vida un sólo minuto quieto como un insecto palo es una tragedia tan rara como una llamada a media noche, así que quería correr por las calles llenas de hojas empapadas en rocío, infectadas de otoño amarillo y nubarrones aún cálidos. Quería coger una guitarra y despertar a los vecinos inventando acordes de pan y melón, cogerla por el mástil y partirla en dos contra un espejo. No volvería a mirarse en una de esas cosas plateadas, si acaso verse la barba reflejada al chupar agua en algún charco del bosque. 
     No quería dormir, ni hablar del asunto, ¡duerme tú si quieres!... y a mí dejadme vivir el doble.
      Quería arrancar las manecillas al reloj, hacer un nudo a las agujas y dar la vuelta al calendario, nunca más miraría a la luna para no ver cambiar sus fases. Se imaginaría que siempre era luna llena y que podía ver todo iluminado por la noche sin necesidad de desarrollar unos ojos como un puto felino salvaje. 
     No pensaba dormir ni con inyecciones de morfina, ni con sonidos de oleajes, trinos de pájaros y la calefacción a treinta grados. Pensaba estar vivo a todas horas y hacer miles, ¡qué digo miles!, miles de millones de cosas. Pintaría un cuadro enorme, bien de acuarela sobre un lienzo del quince y una vez terminado pues lo mismo que la guitarra, destrozarlo para que nunca nadie pudiera decir que lo pintó meses atrás. Eso revelaría un paso del tiempo y a partir de ahoramismoya, todo lo que hiciera se cuidaría de que no fuera susceptible de envejecer o caducar.
     No iba a dormir ya jamás, lo había decidido y no pensaba recular. Saldría en la tele y los médicos le estudiarían. Prepararía diez litros de té de Marruecos al atardecer para mantenerse alerta de las invasiones inconscientes.
     No pensaba dormir jamás de los jamases, no cerraría el ojo ni en medio de una tormenta de arena. La consigna era aguantar hasta el colapso de todo el sistema nervioso, hasta que los espasmos y la espuma de la boca le asustaran lo suficiente como para desistir, hasta que los vecinos echaran la puerta abajo para cerrarle los párpados y bajarle la persiana. La señora del tercero le intentaría meter por sonda un vaso de leche calentita con miel y brandy y la muchacha del segundo le arroparía, le pondría el brazo pegado al cuerpo dentro de la manta y, por qué no, le daría un beso en la frente en un descuido de los demás. Al fin y al cabo el chico era mono y más guapo que un suelo de mármol.
     Había vendido ya la cama por internet cuando un bostezo persistente se lo llevó en brazos al sofá y le dejó las cosas bastante claras: aquí mando yo y lo demás es querer transportar sopa en un colador.
     El sofá empezó a trabajar duro retorciendo el cuello del chico sin piedad, separando los cojines para encorvar su espina dorsal mientras su respiración inconsciente en Re menor viajaba desde su boca abierta a las paredes de papel del salón. ¿O era en Fa sostenido?
     
texto JACOBO SÁNCHEZ
octubre 2015