jueves, 26 de noviembre de 2015

PELANDO BOMBONES

     Paseaba por la calle con un bolso de cuero gris desgastado donde llevaba prácticamente todo, no había ni un alma deslizándose por las aceras y era el maldito día más raro, triste, rancio, obtuso, mate, de cartón y mal adornado de los últimos años. Era el día perfecto para comer bombones rellenos de licor sin salir de la cama y tirar el papel brillante al suelo. 
     Deberías haber visto la porquería de día que había salido, genéticamente imperfecto, tarado e inerte como la vía de un tren. Un día para comprar bombones rellenos de licor y no pagarlos, salir corriendo y no pagarlos.
     Paseaba por la calle con un bolso raído, gris, de cuero, donde llevaba menos ganas de emprender nada que de pelar un huevo duro con los dedos de los pies. Tenía también unas botas altas de hacía seis temporadas y el pelo largo y muy bien descuidado, con el estilo de quien no tiene un céntimo pero le queda dignidad. Se lo cortaría si fuera jueves, se lo cortaría si tuviera dinero o se casara su hermana mayor de una vez. 
     Podía haber sido una historia increíble con todos sus ingredientes, los bombones, la chica, el bolso, ese día feroz que invita a hacer una copia de seguridad en tu ordenador y en tu cabeza. Podía haber sido el comienzo de un cuento de callejones sin salida, con puertas entreabiertas y gatos trasquilados. De alcantarillas profundas, goterones caídos del cielo y de cielos rotos si es que hay más de uno. Soles tibios si es que hay más de uno. Amigos de verdad, si es que hay más de uno...
    Paseaba por aquella calle con el pelo trenzado acercándose a su cintura, que estaba dibujada con tiralíneas, a mano alzada, de un sólo trazo... Un icono de cintura, moverla era varear un olivo al amanecer, era sacudir años de soledad al ritmo profundo de un contrabajo.
     Deberías haber visto a la chica sacar brillo a aquel día áspero sin más intención que evitar pasar la tarde pelando bombones bajo una manta pesada. Aquello no iba a ser el comienzo de ninguna historia, era sólo que quería estar a la intemperie y saber a qué olía el oxígeno que acariciaba la piel de sus pulmones.




Texto JACOBO SÁNCHEZ
noviembre 2015