viernes, 2 de noviembre de 2018

ME MOLESTA TU ALMA HELADA

     ...Y yo qué sé. Cómo llegué hasta aquello era algo difícil de recordar.
     Y qué se yo, si sólo podía acordarme de la música pero no del lugar. Tenía un estribillo soplando detrás de mis orejas, "toquémosla suavecito que viene la madrugada...". Cumbia para mi tierra y cumbia para alguien más, que ya se había escapado sin pagar. Y así las canciones se iban solapando una sobre otra, como lonchas de jamón saliendo despedidas de una máquina cortafiambres. Y también había una pantalla plana con dibujos de otro siglo, donde un oso panda caminaba despacio y se cruzaba con otros animales. Estaban allí todos muy felices, mucho, lobos tumbados y gorilas mientras se esfumaba la canción de la chica y el ritmo latino. Entraba entonces dado de la mano un sonido con eco, con gusto de lata, norteamericano tal vez. El tipo que cantaba podría ser alguien de traje gris y zapatos marrones, raya al lado, ojos azules quizá, pero él vivió en blanco y negro. Tener ojos verdes y piel morena en un mundo de tonos grises es una desgracia como otra cualquiera. Es como un cuerpo sin alma... Me gusta esa frase, hay cuerpos así, que estrechan manos lánguidas y frescas. Hay muerte en sus dedos. Son malas experiencias tardando en apagarse, pero que mientras tanto también compran el pan y bajan al bar en zapatillas a por tabaco.
     Ahora que recuerdo también había allí una mujer con un tatuaje de una rosa negra enorme, escribía cosas en servilletas de papel y las regalaba. Tal vez en el bolsillo de mi pantalón guarde alguna... un momento... aquí está... 

     "Libre para qué".

     En realidad yo no lo sé, pero mejor eso que vivir sobre un palo dentro de una jaula. Libre para escribir "libre para qué" en una servilleta, para recordar que el suelo era de madera sin brillo, que los pasos sonaban a puerta de establo, a banco de iglesia. Libre para escuchar una nuevas canción que no hablaba de amor, ni de alcohol, ni de que si no estás tú, si no estás tú, si tú no estás... Nadie cantó, pero la gente movía sus rodillas, sólo sus rodillas. Cuando compones una canción ni te imaginas que no vas a poder imponer tu ritmo más arriba de un muslo. Tal vez si hubiese metido un solo de trompeta en medio...

     Cómo llegué hasta aquello no sé cómo fue, se lo llevó el amanecer... Se lo llevó cualquier otra metáfora.
     Recuerdo que olía a polvos para matar hormigas, a humo y humedad. Tal vez estaba solo, tal vez el eco que no salía del ruido de los pasos inspiraba a la mujer de la rosa negra sobre su hombro. Un chico le llevó más servilletas, era de movimientos cortos y rápidos, era eléctrico. En la pantalla ya no había osos, ahora caían bombas sobre portaaviones japoneses y luego unos hombres con la cara sucia fumaban dentro de unas trincheras.
     El chico seguía llevando servilletas y la mujer plasmaba en ellas toda su inquietud. Él pensaba que desayunarían juntos en la playa al amanecer, ella que no podría pagar el alquiler otro mes más y que su casera era un anguila sin pecho ni corazón.
     Escribió una última servilleta que lanzó al aire... "Me molesta tu alma helada". La letra ele la escribía de abajo a arriba. Era extraña como una paloma sin alas.

Texto JACOBO SÁNCHEZ 
                                                                                                                                                                            NOVIEMBRE 2018

lunes, 4 de septiembre de 2017

EL HUECO QUE DEJA UNA SONRISA

     Era perfecto estar sentado así, allí, aún... No parecía muy preocupado por el movimiento de la arena, de las olas y de las tragedias de los demás. Sentado allí, así, aún, su cuerpo se iba tostando al son del viento que venía viajando cansado, moviendo los pies sobre el agua, desde ultramar directo contra él. Le envolvía, le bordeaba y él respondía subiendo el volumen de su música interior como si las cosas no fueran importantes. 
     Era genial estar feliz allí, así sentado, aún. No pensaba volver hasta que los días empezaran a perder horas por el camino, hasta que la temperatura hiciera temblar a un niño. Había comenzado el recorte ya y sabía que el invierno iba a ser duro y largo, como frases que no quería escuchar. Aún así no pensaba agarrarse a  una compañía desesperada como los demás. Había visto apagarse muchas sonrisas perfectas así, había visto elegir mal tantas veces que ya no sentía lástima por nadie. Sabía que la desesperación del tiempo atacaba a las personas y no había vacuna, sabía que los más débiles cogían una manzana del cesto antes de que se acabasen y salían corriendo a comerla a una cueva, aislados, sonriendo, rezando para que no tuviera un gusano. Nadie deja manzanas jugosas sin gusano, es sólo que está escondido ,vestido de gala para la ocasión, perfumado, empapado en menta y chocolate. Brillando en el expositor. 
     Era agradable gastar tiempo sentando allí, así, aún. El secreto era contemplar la manzana durante un tiempo para no perder la sonrisa, tener paciencia. El secreto era estar allí tostando el envoltorio, oliendo el mar, subiendo el volumen para no escuchar lamentos. 
     Le gustaba estar sentado allí, así, aún, mientras le llegaba el aroma de los puestos de comida del puerto, de las brasas y los pescados sudando encima. De la sal y del limón, de las especias. 
     Era pronto aún para cenar, esperaría a Orión y a las demás, luego se pondría su jersey azul y sus gafas nuevas. Sacaría la parte de abajo de su camisa por fuera del jersey, le gustaba llevarla así. Le gustaba llevar el pelo revuelto y afeitarse mal. Le parecía divertido no prestarse atención. Le parecía divertido también sacarle la lengua a un niño pequeño cuando se cruzaba con alguno por la calle, sin que le viese su madre. Les sacaba la lengua, les arrancaba una sonrisa y se la llevaba cosida para siempre, tardaban mucho en agotarse. Tardaban años, hasta que sus dueños crecían y perdían la paciencia, hasta que un día cogían una manzana desesperada, entonces se miraba en la solapa y solo quedaban hilos y vacío. El hueco que deja una sonrisa da mucho miedo, es como freír huevos con un traje de novia, es chupar la hélice de la batidora, es abrir la puerta a un testigo de Jehová. El hueco que deja una sonrisa no lo cubres ni con una sábana vieja.
     Era perfecto estar sentado así, allí, aún. Iría al puerto más tarde y tomaría vino y prendería las velas de la mesa de madera mientras las brasas doraban las pieles, las hacía crujir de gusto. Aquella misma tarde los hombres habían acabado con la vida de un atún que pasaba por allí, enorme, sus ojos eran dos vinilos de los ochenta y los pies del cocinero se movían al sobar sus lomos. El color de su sangre era el que le gustaría para su salón pero su mujer prefería el tono mortecino de un pistacho. Su mujer era mortecina como un pistacho. El cocinero no tuvo paciencia en su día y se agarró a la primera persona que le puso bien los cuellos de la camisa. Ahora su sonrisa está tan apagada como el atún que cortaba en rodajas. 
     Vino, velas, atún... Era agradable estar allí así, aún. Había dejado atrás las sardinas, demasiadas espinas para una vida tan corta.


                                                                                                                                           

                                                                                                                                                               JACOBO SÁNCHEZ 
                                                                                                                                                                SEPTIEMBRE 2017

     





jueves, 26 de noviembre de 2015

PELANDO BOMBONES

     Paseaba por la calle con un bolso de cuero gris desgastado donde llevaba prácticamente todo, no había ni un alma deslizándose por las aceras y era el maldito día más raro, triste, rancio, obtuso, mate, de cartón y mal adornado de los últimos años. Era el día perfecto para comer bombones rellenos de licor sin salir de la cama y tirar el papel brillante al suelo. 
     Deberías haber visto la porquería de día que había salido, genéticamente imperfecto, tarado e inerte como la vía de un tren. Un día para comprar bombones rellenos de licor y no pagarlos, salir corriendo y no pagarlos.
     Paseaba por la calle con un bolso raído, gris, de cuero, donde llevaba menos ganas de emprender nada que de pelar un huevo duro con los dedos de los pies. Tenía también unas botas altas de hacía seis temporadas y el pelo largo y muy bien descuidado, con el estilo de quien no tiene un céntimo pero le queda dignidad. Se lo cortaría si fuera jueves, se lo cortaría si tuviera dinero o se casara su hermana mayor de una vez. 
     Podía haber sido una historia increíble con todos sus ingredientes, los bombones, la chica, el bolso, ese día feroz que invita a hacer una copia de seguridad en tu ordenador y en tu cabeza. Podía haber sido el comienzo de un cuento de callejones sin salida, con puertas entreabiertas y gatos trasquilados. De alcantarillas profundas, goterones caídos del cielo y de cielos rotos si es que hay más de uno. Soles tibios si es que hay más de uno. Amigos de verdad, si es que hay más de uno...
    Paseaba por aquella calle con el pelo trenzado acercándose a su cintura, que estaba dibujada con tiralíneas, a mano alzada, de un sólo trazo... Un icono de cintura, moverla era varear un olivo al amanecer, era sacudir años de soledad al ritmo profundo de un contrabajo.
     Deberías haber visto a la chica sacar brillo a aquel día áspero sin más intención que evitar pasar la tarde pelando bombones bajo una manta pesada. Aquello no iba a ser el comienzo de ninguna historia, era sólo que quería estar a la intemperie y saber a qué olía el oxígeno que acariciaba la piel de sus pulmones.




Texto JACOBO SÁNCHEZ
noviembre 2015 


miércoles, 21 de octubre de 2015

ACORDES DE MEDIA NOCHE

     Eso fue lo que pasó, que no se quería ir a dormir porque le parecía que era tirar la vida por el hueco del ascensor. Y cuando estás lleno de vida un sólo minuto quieto como un insecto palo es una tragedia tan rara como una llamada a media noche, así que quería correr por las calles llenas de hojas empapadas en rocío, infectadas de otoño amarillo y nubarrones aún cálidos. Quería coger una guitarra y despertar a los vecinos inventando acordes de pan y melón, cogerla por el mástil y partirla en dos contra un espejo. No volvería a mirarse en una de esas cosas plateadas, si acaso verse la barba reflejada al chupar agua en algún charco del bosque. 
     No quería dormir, ni hablar del asunto, ¡duerme tú si quieres!... y a mí dejadme vivir el doble.
      Quería arrancar las manecillas al reloj, hacer un nudo a las agujas y dar la vuelta al calendario, nunca más miraría a la luna para no ver cambiar sus fases. Se imaginaría que siempre era luna llena y que podía ver todo iluminado por la noche sin necesidad de desarrollar unos ojos como un puto felino salvaje. 
     No pensaba dormir ni con inyecciones de morfina, ni con sonidos de oleajes, trinos de pájaros y la calefacción a treinta grados. Pensaba estar vivo a todas horas y hacer miles, ¡qué digo miles!, miles de millones de cosas. Pintaría un cuadro enorme, bien de acuarela sobre un lienzo del quince y una vez terminado pues lo mismo que la guitarra, destrozarlo para que nunca nadie pudiera decir que lo pintó meses atrás. Eso revelaría un paso del tiempo y a partir de ahoramismoya, todo lo que hiciera se cuidaría de que no fuera susceptible de envejecer o caducar.
     No iba a dormir ya jamás, lo había decidido y no pensaba recular. Saldría en la tele y los médicos le estudiarían. Prepararía diez litros de té de Marruecos al atardecer para mantenerse alerta de las invasiones inconscientes.
     No pensaba dormir jamás de los jamases, no cerraría el ojo ni en medio de una tormenta de arena. La consigna era aguantar hasta el colapso de todo el sistema nervioso, hasta que los espasmos y la espuma de la boca le asustaran lo suficiente como para desistir, hasta que los vecinos echaran la puerta abajo para cerrarle los párpados y bajarle la persiana. La señora del tercero le intentaría meter por sonda un vaso de leche calentita con miel y brandy y la muchacha del segundo le arroparía, le pondría el brazo pegado al cuerpo dentro de la manta y, por qué no, le daría un beso en la frente en un descuido de los demás. Al fin y al cabo el chico era mono y más guapo que un suelo de mármol.
     Había vendido ya la cama por internet cuando un bostezo persistente se lo llevó en brazos al sofá y le dejó las cosas bastante claras: aquí mando yo y lo demás es querer transportar sopa en un colador.
     El sofá empezó a trabajar duro retorciendo el cuello del chico sin piedad, separando los cojines para encorvar su espina dorsal mientras su respiración inconsciente en Re menor viajaba desde su boca abierta a las paredes de papel del salón. ¿O era en Fa sostenido?
     
texto JACOBO SÁNCHEZ
octubre 2015