martes, 18 de diciembre de 2012

NAVIDAD EN EL CALLEJÓN

     Las calles estaban infestadas de luces de colores y gente ciega comprando a crédito, era la navidad y daba ardor de estómago caminar por allí. Una buena bufanda ayudaba a pasar desapercibido y era bálsamo para las orejas, sobre todo si en aquellos días se te afilaban en punta como las de los lobos. No había rock, no había pop y los ochenta no volverían hasta enero. Ahora todo estaba en las trastiendas y habían sacado productos más jugosos para que todo el engranaje girara fino, con una brillante capa de aceite verdoso, el color más bonito del mundo después del granate que se oculta bajo la pintura de las barandillas.
     Era la navidad y siempre llegaba porque a nadie se le ocurrió hacer un calendario plano, lineal. Alguien se empeñó en que todo debería repetirse en cada vuelta de tierra y así nunca podías dejar nada atrás. Fuera lo que fuera, al menos aquello no duraba demasiado y los langostinos podían repoblarse de nuevo y dejar de temblar. Siempre había algún niño con mofletes que pensaba que los langostinos colgaban de algún árbol. Diciembre, todos a varear langostinos con anjeos. ¿Y los gatos?, los contenedores esas fechas eran pastelerías de repostería fina.
     Navidad para los hombres y mujeres de fe. Había un bar al fondo del callejón con el techo bajo y mesas de madera algo viejas que olía a queroseno. Y había también un remolino de falsos deseos envolviendo las calles y picando a las personas. Apoyado en una farola observé a la gente solitaria que ingresaba en el callejón a por su dosis de vino. Todos tapando sus orejas de lobo con bufandas, todos huyendo de los villancicos y los escaparates luminosos. Ninguno había leído nunca la biblia y mucho menos pelado una puta gamba.


texto JACOBO SÁNCHEZ