lunes, 11 de abril de 2011

LA CARPA ALBINA

     No venía en los mapas ni en mis podridas cartas de navegación, pero siempre sospeché que estaba allí. Mi tierra  prometida, pequeña, alargada, tampoco necesitaba más para fijar mi cuartel general. En la esquinita de la izquierda pondría un par de hileras de algo, repollos o algo así, y tres o cuatro cepas de uvas hermosas. Uvas con más carne que un muslo y de un verde cegador, que sirvieran de faro al anochecer. En el medio mi tienda hecha de lonas gruesas y viejos sacos de rafia, impregnados aún del olor al grano de café que contenían. Todo sujetado por palos enrevesados de olivos, y camuflada en la hojarasca la trampilla para acceder a la despensa subterránea. Allí dentro guardaría la sal, mi navaja, las cerillas, los mapas, mi taza de porcelana y todos los recuerdos enfrascados. Ya por el flanco derecho iría la caña flexible con el anzuelo que me regaló aquel viejo tan castigado por el sol y la luna y las brisas pegajosas del sur. Su piel era esparadrapo sucio, su anzuelo especial. Su forma atractiva debería atraer al único ejemplar de carpa albina de los pantanos. "El despigmentado", así le nombró él. El despigmentado..., mmmm, seguro que la corriente no le besa el lomo esta tarde, seguro que a estas horas ya percibe el miedo, seguro que se le atraganta el lodo.


texto Jacobo Sánchez 2011
foto  Jacobo Sánchez (Valdecañas 2011)

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