sábado, 4 de febrero de 2012

EL ÚLTIMO VISTAZO

     
    La chica era delgada y su pelo tan negro que teñía la almohada. Le gustaban los vestidos  de color gris y el otoño le hacía sentirse especial. En aquel piso viejo había pasado tantos que despedirse de él era triste como enterrar a un perro, así que volvía todas las tardes hasta que su cerebro fuera asimilando que ya no se refugiaría allí más. Sin peluches, sin posters, con esa persiana pesada  que nunca bajaba del todo y las tablillas del suelo arañadas por los tres gatos que tuvo, agujereadas por los cien pares de zapatos de tacón que tuvo. Tablillas arqueadas. Ya no había luz ni agua y su habitación parecía más grande sin aquella cama quieta de la esquina, que aunque ya no estaba allí seguía oliendo a suavizante.


      La chica encendió un cigarrillo y paseó por el baño, por la cocina donde no volvería a comer con prisas. Pasta, arroz, maíz, atún, tomate, queso, aceite y mil maneras de mezclar todo cada día lo dejaba allí junto a la lavadora y la mesa vieja de patas metálicas. La mesa coja, qué placer deshacerse de ella. ¿Y el viejo entrañable del segundo?  También quedaría allí enlatado como el atún, sin volver a formar parte de su vida. Abrió la ventana que daba al patio y le vio como siempre con su camiseta de tirantes y su pelusa blanca en el pecho, era otoño y llovía sin mucho frío. Un buen día gris.
     Se deshizo del cigarrillo, tapó el sofá con una sábana vieja y echó la llave para no volver.
    Por el sur, una chica bajita, con el pelo muy rubio y cargada de ilusiones estaba en camino y venía dispuesta a acuchillar el suelo y pintarlo todo de azul, mientras fuera llovía con ganas de mojarlo todo.

texto Jacobo Sánchez.

3 comentarios:

  1. Algo melancólico, pero fiel a los sentimientos.
    ¡Buena suerte!


    Dali

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  2. Me ha gustado mucho. Le has dado un color, y una textura exquisitas.
    Beso

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