viernes, 12 de julio de 2013

NO_SE_QUÉ OF THE WEST

     El taller era pequeño, con baldosas blancas tatuadas de grasa seca. Y había montones de neumáticos apilados, de coche, de camioneta, de moto, todos desgastados al filo de mostrar el alambre, todos apurados temerosamente. Y también colgaban herramientas amortizadas en un tablero viejo acribillado de puntas. Y para terminar también había un foso en el medio donde Félix pasaba los días metido mirando la panza a los trastos viejos que arreglaba, haciendo cosquillas allí abajo con una lámpara portátil. Siempre debajo de trastos viejos, con las uñas llenas de grasa y un dolor en el cuello que ya había aceptado. Entrenando allí abajo para cuando llegasen sus días bajo tierra como un gusano. Él estaba abajo y los demás arriba, él con el agua al cuello y los demás por los tobillos. Los días pasaban así, como réplicas, mañana ocurriría lo mismo que ayer y eso es una realidad que marchita cerebros. Extrañaba un poco de sol pero a la vez le había cogido miedo ya, el síndrome del foso le aspiraba demasiado así que mejor permanecer ahí abajo. 
     Su ilusión era una maravilla granate de los años sesenta que él mismo llevaba años restaurando y puliendo, poniendo a punto. Con unos faros redondos y un radiador cromado dispuesto de tal manera que parecía que aquel capó gruñía al verlo de frente. Vibraba un poco al arrancarlo y el salpicadero era simple pero lleno de intenciones, aquello indicaba en millas por hora y cuando le presionabas el acelerador ya te podías ir tapando los oídos. Allí había baldosas blancas tatuadas de grasa seca y aquello era sólo una ilusión tapada con una manta gris, la realidad seguía siendo un foso.

                                                 

     Por las tardes ponía la radio y sonaba con un eco fantástico. Había un programa que emitían música sin parar, encadenaban canciones y entonces Félix cogía el ritmo y reparaba la ostia de trastos viejos, le gustaban las canciones sin letra. La verdad es que era un poco clásico y no sabía de estilos ni de nuevas tendencias, no sabía de nada que no fueran panzas de furgonetas.

                                                           ***

     Una tarde ya de otoño, con los días en retroceso, escuchaba una canción lenta que parecía del oeste. ¡Qué demonios!, era del oeste. Una guitarra de fondo, unos acordes sencillos sin más y luego una melodía muy armónica con un banjo sonaba cuando desde su foso vio entrar un par de piernas. En ese momento un silbido suave empezaba a adornar la canción y envolvía todo aquello, se paseaba ese aire agudo entre los neumáticos famélicos, tonteaba con las herramientas del tablero, y sí, las piernas eran de una mujer y entraban en su garaje. Los pies viajaban dentro de unos finos zapatos de tacón alto y cada paso era una pequeña picada en el suelo que el banjo no podía tapar. Los tobillos eran lo más fino que una mente pudiera imaginar a esas horas y de ahí emergía una pantorrilla que es lo que debería ser la definición de pantorrilla, qué había ocurrido para llegar a tener esa forma era fruto de la genética, de caminar por la playa descalza o de huir de puntillas a media noche. También pudiera ser de entrar de puntillas a por algo...
Todo eso iba envuelto en unas medias negras, no podía ser de otra forma.
La canción parecía haber terminado justo cuando las piernas de la chica pusieron fin a la entrada gloriosa en el garaje de Félix, acurrucado éste en su foso mirando el espectáculo y lamentándose por no alcanzar su vista hasta las rodillas, pero no, no había terminado, poco a poco el banjo fue entrando lento, muy lento con una melodía pegadiza y pronto una voz grave puso letra al ritmo alegre. Las pantorrillas giraron sobre sí mismas, todo el taller giró sobre sí mismo a la par y de repente entraron más instrumentos en escena. Fuera el novio de la chica esperaba con un trasto viejo arrancado y la ventanilla bajada. 

- ¿La ves?, ¿la ves ya? -le gritaba desde dentro del auto a la chica.
- Sí, la veo... azul como me dijiste.
- Azul como el puto cielo, nena, ¡venga cógela, date prisa antes de que venga el pringao!
     La chica agarró la caja de herramientas y salió de allí zumbando, la canción estaba en pleno apogeo y decía algo de no_se_qué of the west, laralá, laralá mientras ella, su novio y todas las herramientas circulaban ya por las avenidas empapadas de otoño. 
El chico llevaba gomina en el pelo como para pegar a un perro al techo. 

texto JACOBO SÁNCHEZ
JULIO 2013 (escuchando a Franco Micalizzi)


     

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