jueves, 7 de mayo de 2015

TE COMPRARÉ UNA TROMPETA

     El negro se deshacía con su trompeta, sudaba tinta y le brillaba la frente. La gente movía los pies al ritmo, la noche estaba en su punto. El ritmo iba subiendo y las copas se chocaban derramando casi todo el contenido, así el dueño del local hacía caja sin querer, todo le marchaba sobre ruedas desde que conoció al chico de la trompeta. Él tocaba y la gente entraba en trance sacando sus billeteras, era negro como el fondo del mar y tenía un don tocando ese cacharro.
     - Chico, no sé cómo lo consigues pero haces que esto funcione. ¿No te irás a marchar ahora? No puedes dejarme tirado, ¿entiendes?, esto marcha y tú y yo nos vamos a forrar. ¿Qué necesitas? Pide, pide lo que quieras, ¿necesitas una trompeta nueva?
     El chico no prestaba mucha atención, sólo bebía agua para no deshidratarse allí mismo.
     - Recuerda lo que he hecho por ti, no te has olvidado ¿verdad?. Yo te saqué de la calle, te di de comer y un trabajo, tienes un trabajo, la gente espera en la puerta todos los días para verte tocar.
     Volvió a echar un trago de agua mientras se ponía unas gafas de sol, la trompeta brillaba tanto que a veces sentía que se le arrugaban los ojos. Se ponía gafas de sol en ese local oscuro porque le daba igual no ver nada, en verdad siempre cerraba los párpados con fuerza cuando soplaba su trompeta viciada. Echó un trago de agua, se puso sus gafas de sol y se secó el sudor de la frente con un papel de cocina que había por allí atrás siempre. Sentía que sus poros dejaban brotar sudor a presión, escocía y todo. Sentía que por sus poros se le podía ver el cráneo a simple vista. Entonces echó el trago con la gafas calzadas, con la frente ya seca y el instrumento en la mano y se acercó a la cortina roja que daba al escenario. 
     - Venga, sal ahí y haz lo que sabes, quiero ver a todos esos paletos moverse, quiero ver a esa gentuza gastarse hasta lo que no tienen en copas. Haz lo que sabes pero recuerda quién te ha dado la oportunidad de triunfar, de ser alguien, no lo olvides... ¿eh, chico? Hoy te daré paga extra, pero tú quieto aquí conmigo.  ¡Nos vamos a comer el mundo juntos, chico!.



     El chico salió, cogió aire y embocó la trompeta exhalando con fuerza. Fue una nota sostenida en el tiempo, duró mucho y todos los oídos se empaparon en alcohol mientras. Era música cara, una clase magistral de cómo chupar ese aparato. Natillas recién hechas era aquello, un ritmo delicioso que llegaba hasta la barra del bar donde el dueño ponía copas tan rápido que ya se estaba quedando sin hielos. Sólo pensaba en el momento de cerrar y hacer caja, le daría al chico un poco de dinero para pagar la pensión pero no mucho, aún tenía que deshidratarle un poco más.

     El chico negro terminó el segundo pase y volvió al cuartucho tras el escenario. La cortina roja estaba ya un tanto sucia y dura pero no era momento de invertir en el local... Había que estrujar al muchacho primero y tirarle al puto callejón como un limón espachurrado.
     Cuando se estaba secando el sudor de la frente entró de nuevo el dueño con la codicia grapada en la cara, parecía un poco más gordo y estirado.
     - Eh, chico, bla, bla, bla... Tú y yo... bla, bla, bla. Te compraré un traje gris...
     Entonces el chico buscó su sombrero, se puso en pie y tras unos segundos se dispuso a salir de allí.
     -¿Dónde vas? ¿Dónde te crees que vas? Tienes que salir ahí fuera dentro de quince minutos.
     - Voy a fumar al callejón - dijo con su voz calmada-, aquí hace demasiado calor.
     - De acuerdo, de acuerdo, pero no tardes, tienes que salir en diez minutos...

     El chico salió por la puerta trasera del local, donde un callejón un tanto triste conducía a una calle también triste pero más ancha e iluminada. No sacó ningún cigarrillo, no fumaba. Ningún trompetista fuma, tampoco fuman los buceadores ni los niños recién nacidos. No había cogido su trompeta, ni le habían dado su paga extra, ni la de la semana pasada, ni la del mes pasado. Suerte que el dueño no le hizo pagar el papel de cocina. Abandonó el callejón y se dio un paseo hasta el centro. La temperatura era lo suficientemente agradable como para aflojarse el nudo de la corbata y remangarse. Le apetecía un helado grande de fresa, con sirope y esas cosas que le echan encima y que escurren sin piedad. Se lo compró y se lo comió sentado en un banco. Después se daría una vuelta por el parque y se iría a dormir con las ventanas abiertas de par en par. Por la mañana saldría a buscar trabajo, tal vez en el hotel de las columnas blancas de la entrada. Podría tocar en algún crucero o si no formar una banda . Lo que fuera menos volver a trabajar para un paleto arruinado.


Texto JACOBO SÁNCHEZ
MAYO 2015

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