domingo, 11 de noviembre de 2012

LOS TIPOS DEL PASILLO

     Todas las noches de insomnio las había heredado sin querer junto con otras muchas cosas que no servían para nada. No había tenido mucha suerte en el reparto, pero tampoco le importaba mucho estar siempre vigilante como los búhos, hasta tenía pensado cambiar la cama por una rama, picar un ratón de vez en cuando... Bueno, pensaba muchas cosas, la verdad que el tiempo para gastar le sobraba, pero eso, sólo el tiempo. Andaba escribiendo una novela sobre una ciudad del futuro, donde todo funcionaba las veinticuatro horas y no había parados. El pescado llegaba de madrugada y lo podías comprar fresquito como la puerta de un garaje, llevarte a casa un besugo abriendo aún su boca desesperadamente. Había obreros haciendo zanjas por la noche, taladrando el suelo, atascos, de todo había, la gente dormía por el día así que había ya tantas lechuzas como madres recogiendo a sus niños del colegio. Niños con gafas de sol y bostezando en cadena. Madres de piel morada enganchando cualquier niño, el caso era ir a casa cuanto antes. A veces sentados en la mesa toda la familia caían en la cuenta que aquel niño de mofletes no era su hija, pero las pechugas de pollo se las comía igual y encima no soltaba pelo, así que se lo quedaban hasta el día siguiente, le bañaban y todo. Hasta le querían. Por el contrario, unas manzanas más lejos una niña tenía un berrinche espantoso, aquella coliflor le resultaba demasiado hostil. Los puntitos negros parecían pimienta molida. Era pimienta molida.

     El caso es que era una noche más de insomnio, y estar dormido es lo más parecido a estar muerto, respiras sí, pero eres un pastel de nata fuera de la nevera, vulnerable, alguien puede venir y meterte un dedo en la oreja, siempre en el mejor de los casos. Alguien puede asfixiarte con la almohada o llenarte el pelo de espuma de afeitar y pintarte un pollo en la frente. 

     Debatiendo entre si lo mejor era estar dormido o aguantar la oscuridad acurrucado con una linterna, se fue quedando dormido, dormido suavemente, así...¿ves qué bien?. Tranquilo, respira relajado, tus pulsaciones menguan su frecuencia y tu cabeza se va por la puerta de atrás a las faldas del Ararat lleno de nieve, a una pradera con hierba verde y húmeda, con sus saltamontes verdes también y te encuentras feliz allí así que decides tardar unas horas en volver. Das saltos de la pradera a una playa, montas en un caballo negro que corre tanto que casi te caes pero nunca lo haces, imposible, no puedes ni aunque te pongas boca abajo, es maravilloso, es lo que siempre quisiste hacer por las noches. 





     Fuera, en el pasillo habían venido ya de todas partes, unos eran altos y huesudos, otros de razas extrañas y gestos serios, había hasta niños. Todos llevaban utensilios alargados y punzantes, agujas de punto, bastoncillos de los oídos, anzuelos, sacacorchos, palillos chinos, rotuladores, botes de espuma de afeitar...
     - ¿Ha cerrado ya los ojos?
     - Afirmativo, jefe.
     - De acuerdo, entremos a la de una..., a la de dos... y, ¡a la de tres!




texto JACOBO SÁNCHEZ
noviembre 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario