jueves, 24 de abril de 2014

MADRUGANDO

     Sonó el despertador de su teléfono móvil, a las cinco menos dos minutos. Había elegido una melodía de un grupo de los ochenta, con ese ritmillo de sintetizador que le hacía mover los dedos de los pies y rascar las sábanas. Dos minutos más tarde las campanas de la catedral se solapaban sobre la canción y ya estaba en medio de la habitación frío como un reptil, sin pulsaciones, sin presión sanguínea, era un milagro que ese cuerpo estuviera engranado y fino, vivo. 

     El café siempre de pie, apoyado en la encimera de la cocina mientras clavaba sus ojos en la foto del calendario. A veces transcurrían  dos meses y no pasaba la hoja, a veces apagaba la luz mientras sorbía café como una mosca. Así sus pupilas se dilataban lo suficiente mientras pensaba que tendría que ir andando a donde fuera. Le advirtió hasta su abuela..."tarde o temprano esa muchacha  echará gasolina en lugar de gasoil, al tiempo...". Su coche llevaba ya dos días en el taller con la lengua fuera intentando sobrevivir.

     Nunca estaba a gusto con su peinado mañanero, le daba demasiadas vueltas al asunto con los dedos tumbando mechones hacia un lado y deshaciendo rizos. Unos días pensaba que era por la poca luz del cuarto de baño, otras ocasiones estaba convencido que era por el espejo tan barato que compró o le regalaron, ya no recuerda bien cómo llego allí. Recuerda, eso sí, que tuvo que comprar una broca especial para atravesar la tierra porque no había manera de agujerear la pared para poder colgar aquel espejo tan asqueroso.

     Cuando el agua de la ducha estaba listo para escalfar un huevo se metía dentro y se ponía rojo desapareciendo tras el vapor, pero estaba allí, siempre conseguía salir ileso y el mundo ya era otra historia. Era como dejar un lagarto al sol, la felicidad corría caliente por sus venas, por sus arterias, entraba al corazón y repartía vitalidad a los extremos de su cuerpo. Podría vivir hervido, podría ser un puerro en una cazuela, una viga en una fundición. 
  


     Andar y sortear las baldosas rojas, cruzar el paso de cebra por las rayas blancas, tocar los árboles con la mano izquierda al pasar, absorber el vaho de la mañana y exhalar aire viciado de un par de pulmones. 

     La calle es larga y acogedora, peatonal con farolas naranjas. Recuerda al pasar por la floristería que una vez regaló unas rosas con pulgón y que un día perdió unas gafas de sol al asomarse a un pozo. Recuerda que el asusto de su pelo solía arreglarse sólo a mediodía cuando el cabello regresaba a su posición natural seco al fin.
     Sin dudarlo giró en la segunda manzana y sólo Dios sabe dónde irá. Es jueves y él se va.

texto JACOBO SÁNCHEZ
Abril 2014       






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