martes, 11 de septiembre de 2012

EL BAR ESTRECHO

     El bar era alargado y pequeño, oscuro. La gente bebía en fila india un poco incómodos todos, pero esa era la gracia. De vez en cuando alguien encendía un cigarrillo y todos gruñían en silencio. Si había que bailar, aquello parecía un barco en medio de un mar picado, perdías media copa encima del que estuviera al lado, que a su vez vertía la suya en el de delante. El último de la barra no podía verter sobre nadie y gruñía también en silencio, dos gruñidos acumulados. Si querías ir al servicio te lo tomabas con calma y al final llegaba tu turno, si querías pagar tenías que esperar a que la camarera se tomara un chupito de ron, si querías un hielo te ponía mala cara, si querías quitarte el abrigo lo tenías que hacer en la calle antes de entrar. La música era mala y la cerveza tenía poca fuerza. Todo estaba un poco sucio y si pedías una marca de whisky siempre se había acabado. Había un tipo en medio de la barra que siempre estaba allí, con gafas, algo gordo, cerveza en mano y cigarrillo en boca, su edad no era la adecuada pero a él eso le resbalaba por el lomo de manera terrible. A las doce de la noche había dos por uno y la segunda cerveza te la tomabas caliente, era así, te ponía la dos a la vez la chica. No podía ser una y al rato otra, si no no era dos por uno, era una y luego otra. Pagabas dos.
     - ¿Pero no puedes esperar dos minutos y me sirves la otra? - decía siempre el chico flaco.
     - ¡No voy a estar pendiente de ti, o coges las dos ahora o no hay oferta!
     - Obtusa..., pensaba por dentro dándose la vuelta.
     - Obtuso..., decía entre dientes la camarera picando hielo.
     A y media sonaba siempre la misma canción, el vinilo saltaba un poco...uh uuuh uh, me gusta cómo hueles, ponte a salvo oh oh.

     El día que cerró aquella ratonera anduve por la calle buscando un garito de mala muerte sin éxito, todos me parecían demasiado nuevos, ninguno tenía serrín por el suelo, ninguno olía a ropa vieja y humedad, ninguno tenía un hombre gordo en el medio de la barra, se me venía encima una enorme tragedia cuando el cielo se estrujó y me lanzó unos cántaros de agua fresca por encima. El cielo también lloraba el cierre. Se dijo mucho de la chica que llevaba el local, cualquiera podría ser cierta o todas mentira, el caso es que el vacío se apoderó de mi y ni una de mis canciones alegres podía con tal desgracia...solo y herido uoh oh oh, así me dejas, sabiendo que mañana, te irás con otro, a bailar...
     De regreso a casa, empapado hasta la cuarta vértebra me crucé con el hombre gordo del medio de la barra. Andaba con la cara difuminada, henchido en desesperación feroz y con gran merma en su orientación. Algo nublado de vista tal vez, chocaba contra las paredes y elegía otro rumbo, como los coches teledirigidos que había cuando era niño. Como un perro cuando muere su amo duerme en el cementerio, el hombre pasaría la noche en la puerta del bar, si no esperad a que el sol se harte de todo.
     Ya en casa busqué instintivamente algo estrecho y me hallé en el pasillo, con dos cervezas en la mano, no una y luego otra, con dos. Apagué la luz y encendí un cigarrillo, hice el baile de Battiato en su Centro de gravedad permanente y llevé aquello lo mejor que pude, sabiendo que las desgracias nunca vienen solas y que por más que te afeites la barba al día siguiente raspa como una toalla vieja.



texto JACOBO SÁNCHEZ
foto   JACOBO SÁNCHEZ

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