miércoles, 18 de julio de 2012

LA CHICA DE LAS PANTORRILLAS REDONDAS.

     El domingo acababa de vencer al sábado y la chica de las pantorrillas redondas volvía a casa martilleando el suelo con sus tacones. La hilera de árboles le servía de referencia para rectificar su rumbo y echaba tanto de menos sus gafas de sol que se le escapó una lagrimilla que nadie pudo recoger, así que una baldosa porosa se la bebió. La silueta tallada a cincel seguía su camino rumbo al pequeño apartamento, demasiada calidad en la calle para esas horas.
     Cuando entró en casa y esparció sus zapatos por los rincones fue a ver al gato. Le envidiaba un poco siempre dormido en esa manta en el suelo, siempre cálido y hecho un ovillo. Se duchó con agua tibia mientras pensaba que no había triunfado aquella noche, que se precipitó cuando compró una cama tan grande y que lo mejor sería cortarla en dos. Se recogió el pelo y se puso una camiseta grande, la tenía desde pequeña y le parecía increíble que hubiera podido ponerse eso de niña para ir al colegio, llevaba veinte años durmiendo con ella y cada vez le quedaba más y más holgada. Finalmente se tumbó boca abajo y apartó el nórdico con el pie en tres veces, la cuarta tocó algo redondo y áspero que no debía estar ahí, algo que no reconocía con el tacto de sus pies cansados. 
     - ¿Qué demonios...?
     Volvió a tocar sin querer darse la vuelta a mirar y de espuela lo echó de su cama como había hecho con algunas personas otras veces. Aquello botó una vez y osciló un rato por el suelo hasta que se quedó mudo. Si no le atacaba esa mañana miraría a ver lo que era al despertar.

     
texto JACOBO SÁNCHEZ
JULIO 2012

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