sábado, 7 de julio de 2012

EL INQUILINO DE LA CAMA DESHECHA.


     Hoy se ha levantado enroscado sobre sí mismo, con las sábanas desgastadas intentando hacerle algo malo. Sábanas que acarician traicioneras, ni siquiera eran suyas. De un brinco ocupó el medio de la habitación alquilada y la escaneó de un giro sobre su eje haciendo crujir toda su osamenta. Unos pies descalzos sobre las tablillas del suelo le recordaron que no era nadie y que en la vida probaría un buen besugo si no empezaba a hacer trampas, si no era más malo que su casera.
     La casera ya oía sus pasos desde el piso de abajo, ella dormía lo justo, con un ojo siempre abierto y la conciencia hurgándole un oído. El inquilino había madrugado, tal vez fuera a buscar trabajo de una vez, quizá en el puerto descargando cajas, tal vez algo temporal con el servicio de limpieza. Lo que fuera le vendría bien, cuanto más tiempo estuviera fuera de la habitación menos electricidad gastaría y podría ganar algo de dinero fresco para ir liquidando su deuda. De todos modos al final de verano le pondría en la calle, no le gustaba cómo le miraba cuando se cruzaban en las escaleras.
     Por arriba Samuel seguía en pie pensando en no sé qué, así se le iba la vida, pensando siempre en no sé qué. Dio dos pasos a bajas revoluciones sin que él se lo hubiera ordenado a su cerebro. Luego sus rodillas se empezaron a flexionar y quiso poner resistencia, pero ya era un cervatillo recién nacido y el sudor le brotó frío de su frente. Otro paso más y ya casi estaba, calculó como pudo y se lanzó a la cama. Ya estaba a salvo, allí ya nada podría ocurrir que no fuera un buen sueño extraño. Tanteó por el colchón y encontró la sábana con su textura de papel de periódico. Se la enrolló por un muslo y la tripa y quedó boca arriba con los brazos extendidos como queriendo abrazar algo. Parecía que tampoco hoy iba a ser un buen día, tal vez mañana le echase más ganas al asunto.
     Por abajo la casera hervía coliflor en camisón.


                                                               

texto JACOBO SÁNCHEZ
julio 2012                             

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