jueves, 24 de febrero de 2011

PAPÁ VUELVE A CASA



    La emisora de música clásica interrumpió la sinfonía nº40 de Mozart para aflojar las noticias de las diez.
      Lester aminoró la marcha, tomó el desvío de la izquierda y condujo hasta el poblado más próximo. Encontró una cafetería y pidió dos hamburguesas con queso y una cerveza, luego fue al servicio y se lavó las manos. Tenía restos de sangre entre las uñas y en los puños de la camisa. Se lavó la cara y se mojó el pelo peinándoselo hacia atrás con un pequeño peine marrón. Tenía todo el aspecto de un mafioso. Se fue a secar las manos pero allí no había ni toallas, ni papel secante ni una de esas máquinas ruidosas que te abrasan las manos.
      Bien, eso ya hubiera sido motivo suficiente para enojar a Lester. Empezaría por arrancar la cisterna, pero justo cuando lo iba a hacer un hombre gordo con camisa y tirantes entró en los servicios y sonrió.
      Lester devolvió la sonrisa y salió de allí, fue en busca de sus hamburguesas y mientras mordía a la primera telefoneó a su hijita de siete años, un ángel rubio con labios rosas.
    
- Papi, ¿eres tú?
- Sí cariño, ¿estás bien?                           - Sí, he hecho todo lo que me dijiste, he cerrado bien la puerta de casa y me he metido en la cama.
- Muy bien pequeña, ahora duérmete.
- ¿Cuándo vas a venir?, tengo  miedo.
- Estoy a dos horas de allí, se complicó el asunto pero no te preocupes, papá te ha comprado un regalo.
- ¿Es una muñeca?                                   - No, es mucho mejor, ahora duérmete y mañana por la mañana podrás verlo.
     - ¿Es una pistola?, yo quiero una pistola como la tuya.
     - Cariño, mi pistola es de juguete ¿recuerdas? Papá vende seguros.
     - Sí, eres el mejor vendedor de seguros del mundo, mañana se lo diré a todos.
     - ¿Sabes que eres la niña más guapa del estado?, pero ahora tienes que dormir porque si no te saldrán arrugas y estarás todo el día bostezando.
     - De acuerdo.
     - Adiós hija.
     - ¿Papá?
     - Dime.
     - Creo que el gato está muerto.
     - Estará dormido, los gatos duermen dieciséis o diecisiete horas al día.
     - No, está muerto, tiene los ojos abiertos y está muy frío.
      El teléfono se tragó la moneda y la conversación se cortó. Lester se ventiló la hamburguesa, pidió otra cerveza y volvió a meter otra moneda.
     - ¿Toni?, soy Lester, tengo a ese capullo conmigo... No, no, muerto, está en el maletero de mi coche, creo que no sabía nada pero me vio la cara... En ese río hay más cadáveres que en el cementerio municipal, creo que a éste lo voy a abandonar en alguna cuneta... Bueno, mañana quería llevar a mi hija al colegio, tal vez a las once pueda.... No hay problema, pero oye Toni, quiero que mandes a uno de los chicos a casa de mi vecino y que degüelle a su perro, creo que ese hijoputa a envenenado a mi gato... No, no era siamés ¿pero qué cojones? ¡manda a alguien inmediatamente!
      Colgar y fulminar  la segunda hamburguesa podríamos englobarlo todo dentro de la misma acción. Luego se quedó un instante pensativo, siguiendo a la enorme cucaracha que paseaba por la barra. Dos vueltas al palillero, amago de comerse un sándwich mixto, meneo de antenas, exploración del terreno y retirada.
     - ¡Camarera!
     - ¿Quiere algo más, señor?
     - Sí, allí ¡atrápela!
     - ¿A quién?
     - Como ponga huevos estará perdida, se infestará el local antes de que pueda freír una maldita tira de bacon.
     - ¿Se encuentra bien?
     - Mírela, ahí está, se ha metido debajo del plato de cacahuetes.
     La camarera levantó el plato y el bicho salió corriendo.
     - Yo no veo nada.
    

     - ¡Joder, es usted una mentirosa profesional, no pienso pagar las hamburguesas, esto está lleno de cucarachas, ¡SEÑORES, DEJEN SUS PERRITOS Y SUS HUEVOS, ESTE LOCAL ESTÁ LLENO DE CUCARACHAS, ENORMES, COMO POLLOS!!
La gente de las mesas le miró y siguió con lo suyo.
     - ¡COMO POLLOS!, -Lester se subió a la barra - ¡SON COMO POLLOS!
     Dos cocineros gordos armados con bates de béisbol salieron de la cocina.
     - Bájate de ahí o te rompo las piernas, - dijo uno de ellos.
     - Haz lo que te dice ahora mismo, - dijo el otro.
     La cocinera se cruzó de brazos con cara sonriente.
     - Te dije que no vi nada, ¿entendido?
     - ¡No, una mierda!
     Lester sacó su pistola y apuntó a uno de los cocineros. Los clientes soltaron sus perritos e intentaron salir corriendo de allí.
     -¡Que nadie se mueva!. Bien, escucha cabrón; quiero que sueltes ese bate ahora mismo.
     El cocinero soltó el bate, más le valía.
     - Tú también.
    Su compañero hizo lo mismo. Luego agarró a la camarera y la llevó hasta la megafonía del local.
     - Bien, ahora vas a repetir conmigo.
     - No me mate por favor – dijo llorando.
     - Oh no, sólo repita conmigo; señores, este local...
     - Este, este local...
     - Tiene cucarachas...
     - Tiene cucarachas – dijo temblorosa la camarera.
     - Como pollos, venga.
     - Como pollos, Dios mío.
     -¡¡¡COMO PUTISIMOS POLLOS!!!, vamos, repite zorra.
    - Este local tiene cucarachas ¡¡COMO PUTISIMOS...!!, no puedo, santo cielo, aparte esa pistola.
     Lester soltó a la mujer que cayó arrodillada llorando, estaba un poco histérica y eso le hizo mucha gracia a un joven que no pudo contener la risa.
Se dirigió hacia él y le puso la pistola a escasos centímetros de la cara. El muchacho apretó los ojos y tuvo unas palabras para con Lester. Escuetas.
     - Lo siento, son como pollos.
     

     Se acabó el espectáculo, salió de allí, arrancó su coche y condujo unos kilómetros por un camino desierto, se deshizo del fiambre...
     - Vamos fiambre, fuera.
     ...Y se dirigió a casa..
     Aparcó a dos manzanas y fue andando hasta el jardín del vecino. Había luz en la sala principal y no se atisbaba perro gris baboso con ladrido seco y feo por ningún sitio, buen trabajo.
     Luego abrió la puerta de su casa cuidadosamente, fue a oscuras hasta la cocina y allí encendió la luz. Lester sonrió.
     - Por todos los santos, estás vivo.
     Efectivamente su gato se movía, ni frío ni nada de eso.
     - Lo siento vecino, te compraré una tortuga.
     Jugó un poco con él, le cepillo el pelo y le dio rosquillas. Luego subió a la habitación de su hija. Allí estaba, acurrucada en una esquina de la cama.
     - Papá ya está en casa – susurró -, y te ha traído el mejor vestido que había en toda la cuidad. Mañana te llevaré al colegio y todas las niñas se morirán de envidia al ver lo guapa que eres.
     Luego se inclinó y le dio un beso en la frente. Un ángel rubio con labios rosas, pero retiró rápidamente su boca, estaba fría. Encendió la luz de la mesilla.
     - ¡OH, DIOS MIO! ¡OH, OH, SANTO CIELO! ¡DIOS MIO, NO!
    La niña estaba blanca, por un lado de la cama colgaba un bracito frágil, delicado, los ojos abiertos, secos.
     Lester agarró a la niña, carne muerta.
     En el patio de al lado el perro del vecino ladró, ¿qué coño ocurría?
     Estampado, con botones en la espalda, era el vestido más bonito de la ciudad sin duda. Una lástima. 

                                                                                          Jacobo Sánchez
                                                                                          © copyright
                                                                                                             Publicado Año 2000

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