La emisora de música
clásica interrumpió la sinfonía nº40 de Mozart para aflojar las noticias de las
diez.
Lester aminoró la
marcha, tomó el desvío de la izquierda y condujo hasta el poblado más próximo.
Encontró una cafetería y pidió dos hamburguesas con queso y una cerveza, luego
fue al servicio y se lavó las manos. Tenía restos de sangre entre las uñas y en
los puños de la camisa. Se lavó la cara y se mojó el pelo peinándoselo hacia
atrás con un pequeño peine marrón. Tenía todo el aspecto de un mafioso. Se fue
a secar las manos pero allí no había ni toallas, ni papel secante ni una de
esas máquinas ruidosas que te abrasan las manos.
Bien, eso ya hubiera
sido motivo suficiente para enojar a Lester. Empezaría por arrancar la
cisterna, pero justo cuando lo iba a hacer un hombre gordo con camisa y
tirantes entró en los servicios y sonrió.
Lester devolvió la
sonrisa y salió de allí, fue en busca de sus hamburguesas y mientras mordía a
la primera telefoneó a su hijita de siete años, un ángel rubio con labios
rosas.
- Papi, ¿eres tú?
- Sí cariño, ¿estás bien? - Sí, he hecho todo lo que me dijiste, he cerrado bien la puerta
de casa y me he metido en la cama.
- Muy bien pequeña, ahora duérmete.
- ¿Cuándo vas a venir?, tengo
miedo.
- Estoy a dos horas de allí, se complicó el asunto pero no te
preocupes, papá te ha comprado un regalo.
- ¿Es una muñeca? - No, es mucho mejor, ahora duérmete y mañana por la mañana
podrás verlo.
- ¿Es una pistola?, yo quiero una pistola como la tuya.
- Cariño, mi pistola es de juguete ¿recuerdas? Papá vende
seguros.
- Sí, eres el mejor vendedor de seguros del mundo, mañana se lo
diré a todos.
- ¿Sabes que eres la niña más guapa del estado?, pero ahora
tienes que dormir porque si no te saldrán arrugas y estarás todo el día
bostezando.
- De acuerdo.
- Adiós hija.
- ¿Papá?
- Dime.
- Creo que el gato está muerto.
- Estará dormido, los gatos duermen dieciséis o diecisiete horas
al día.
- No, está muerto, tiene los ojos abiertos y está muy frío.
El teléfono se tragó
la moneda y la conversación se cortó. Lester se ventiló la hamburguesa, pidió
otra cerveza y volvió a meter otra moneda.
- ¿Toni?, soy Lester, tengo a ese capullo conmigo... No, no,
muerto, está en el maletero de mi coche, creo que no sabía nada pero me vio la
cara... En ese río hay más cadáveres que en el cementerio municipal, creo que a
éste lo voy a abandonar en alguna cuneta... Bueno, mañana quería llevar a mi
hija al colegio, tal vez a las once pueda.... No hay problema, pero oye Toni,
quiero que mandes a uno de los chicos a casa de mi vecino y que degüelle a su
perro, creo que ese hijoputa a envenenado a mi gato... No, no era siamés ¿pero
qué cojones? ¡manda a alguien inmediatamente!
Colgar y fulminar la segunda hamburguesa podríamos englobarlo
todo dentro de la misma acción. Luego se quedó un instante pensativo, siguiendo
a la enorme cucaracha que paseaba por la barra. Dos vueltas al palillero, amago
de comerse un sándwich mixto, meneo de antenas, exploración del terreno y
retirada.
- ¡Camarera!
- ¿Quiere algo más, señor?
- Sí, allí ¡atrápela!
- ¿A quién?
- Como ponga huevos estará perdida, se infestará el local antes
de que pueda freír una maldita tira de bacon.
- ¿Se encuentra bien?
- Mírela, ahí está, se ha metido debajo del plato de cacahuetes.
La camarera levantó el plato y el bicho salió corriendo.
- Yo no veo nada.
- ¡Joder, es usted una mentirosa profesional, no pienso pagar
las hamburguesas, esto está lleno de cucarachas, ¡SEÑORES, DEJEN SUS PERRITOS Y
SUS HUEVOS, ESTE LOCAL ESTÁ LLENO DE CUCARACHAS, ENORMES, COMO POLLOS!!
La gente de las mesas le miró y siguió con lo suyo.
- ¡COMO POLLOS!, -Lester se subió a la barra - ¡SON COMO POLLOS!
Dos cocineros gordos armados con bates de béisbol salieron de la
cocina.
- Bájate de ahí o te rompo las piernas, - dijo uno de ellos.
- Haz lo que te dice ahora mismo, - dijo el otro.
La cocinera se cruzó de brazos con cara sonriente.
- Te dije que no vi nada, ¿entendido?
- ¡No, una mierda!
Lester sacó su pistola y apuntó a uno de los cocineros. Los
clientes soltaron sus perritos e intentaron salir corriendo de allí.
-¡Que nadie se mueva!. Bien, escucha cabrón; quiero que sueltes
ese bate ahora mismo.
El cocinero soltó el bate, más le valía.
- Tú también.
Su compañero hizo lo mismo. Luego agarró a la camarera y la
llevó hasta la megafonía del local.
- Bien, ahora vas a repetir conmigo.
- No me mate por favor – dijo llorando.
- Oh no, sólo repita conmigo; señores, este local...
- Este, este local...
- Tiene cucarachas...
- Tiene cucarachas – dijo temblorosa la camarera.
- Como pollos, venga.
- Como pollos, Dios mío.
-¡¡¡COMO PUTISIMOS POLLOS!!!, vamos, repite zorra.
- Este local tiene cucarachas ¡¡COMO PUTISIMOS...!!, no puedo,
santo cielo, aparte esa pistola.
Lester soltó a la mujer que cayó arrodillada llorando, estaba un
poco histérica y eso le hizo mucha gracia a un joven que no pudo contener la
risa.
Se dirigió hacia él y le puso la pistola a escasos centímetros
de la cara. El muchacho apretó los ojos y tuvo unas palabras para con Lester.
Escuetas.
- Lo siento, son como pollos.
Se acabó el espectáculo, salió de allí, arrancó su coche y
condujo unos kilómetros por un camino desierto, se deshizo del fiambre...
- Vamos fiambre, fuera.
...Y se dirigió a casa..
Aparcó a dos manzanas y fue andando hasta el jardín del vecino.
Había luz en la sala principal y no se atisbaba perro gris baboso con ladrido
seco y feo por ningún sitio, buen trabajo.
Luego abrió la puerta de su casa cuidadosamente, fue a oscuras
hasta la cocina y allí encendió la luz. Lester sonrió.
- Por todos los santos, estás vivo.
Efectivamente su gato se movía, ni frío ni nada de eso.
- Lo siento vecino, te compraré una tortuga.
Jugó un poco con
él, le cepillo el pelo y le dio rosquillas. Luego subió a la habitación de su hija.
Allí estaba, acurrucada en una esquina de la cama.
- Papá ya está en casa – susurró -, y te ha traído el mejor
vestido que había en toda la cuidad. Mañana te llevaré al colegio y todas las
niñas se morirán de envidia al ver lo guapa que eres.
Luego se inclinó y le dio un beso en la frente. Un ángel rubio
con labios rosas, pero retiró rápidamente su boca, estaba fría. Encendió la luz
de la mesilla.
- ¡OH, DIOS MIO! ¡OH, OH, SANTO CIELO! ¡DIOS MIO, NO!
La niña estaba blanca, por un lado de la cama colgaba un bracito
frágil, delicado, los ojos abiertos, secos.
Lester agarró a la niña, carne muerta.
En el patio de al lado el perro del vecino ladró, ¿qué coño
ocurría?
Estampado, con botones en la espalda, era el vestido más bonito
de la ciudad sin duda. Una lástima.
Jacobo Sánchez
© copyright
Publicado Año 2000
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