En invierno era mucho peor, tenía que estar en casa antes de las 5 o si no ya estaba allí, apoyada en la esquina, en penumbras. Cuando llovía daba más miedo aún verla con el cabello empapado y las rodillas grisáceas como venas.
A veces daba pasos en círculo y volvía a su sitio. Yo pasaba a dos metros y procuraba no mirar, no se me volvería a ocurrir hacerlo. Era extrañamente guapa, pero lo peor de todo es que tenía los ojos rojos.
Jacobo Sánchez
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