viernes, 18 de febrero de 2011

UN EX-CAPITÁN MEADO

     En la pensión de Amanda no cabía ni una persona más, pero no porque estuviera viviendo sus mejores momentos de ocupación, sino por el simple hecho de que sólo había una habitación en alquiler, aquella del fondo, aquella pocilga sucia y mal empapelada, aquella cueva sin estufa, la morada de Satán... De todos los inquilinos que habían habitado en ese infierno gélido Berny era el que más estaba aguantando. Desde luego los tenía bien puestos. O tenía una gran fuerza de voluntad o era un mártir que pretendía ser beatificado. Tal vez quisiera hacerse un hueco en el libro de los record, quién sabe.
     - ¡La virgen borracha! -dijo Amanda a su amiga Sara-, no sé cómo puede aguantarlo, no tiene calefacción, no tiene agua caliente, nunca baja a comer... Se pone su sombrero marrón y su traje roto y se pasa todo el día en la calle.
     - Y ese tal Berni, ¿en qué trabaja? -preguntó Sara.
     - ¡Oh!, no trabaja. Berny es un anciano, tiene 79 años, pero el muy cabrón tiene pasta. Todos los meses le subo el alquiler y no dice nada, siempre me paga puntualmente. Creo que luchó contra los alemanes en la II Guerra Mundial, debía ser capitán o algo así.
     - ¿Y qué demonios hace viviendo aquí? Si tiene una buena pensión, ¿por qué no se compra un piso?
     - No lo sé, Sara. No es más que un viejo loco.
     Amanda y Sara siguieron desplumando al pollo en la cocina.


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     Berny, 79 años, ex capitán del ejercito de los Estados Unidos, combatió en la II Guerra Mundial contra los alemanes. Estaba allí, sentado en la barra de aquel bar, con una cerveza. Berny y su cerveza, siempre los dos.
     - ¡Eh, oiga abuelo!, está borracho, -dijo el camarero-, váyase a casa y duerma un poco.
     Berny le miró y se meó encima. Su orín se fue extendiendo por la tela de sus pantalones y finalmente se formó un pequeño charco en el suelo. Sonrió un poco y pasó su bufanda alrededor de su cuello, luego sacó un billete empapado de su bolsillo y lo puso en la barra. El camarero lo cogió. Pronto notó algo raro.
     - ¡Joder! ¿qué coño me das? Esto está húmedo, ¿no te habrás meado, eh abuelo?, dime, ¿te has meado?
     - Dame otra cerveza, soldado - dijo Berny.
     - Oye abuelo, te voy a partir el culo a patadas, ¡te has meado en mi bar!
     - ¡Sírveme una birra y ponte firme!
     El camarero saltó la barra, agarró a Berny por el cuello y lo sacó del bar violentamente.
     - ¡Puto chiflado! - gritó-, no vuelvas más.
     Allá fue a buscar algo de serrín para limpiar el charco de Berny.

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     - Oye Amanda, ¿por qué no entramos en su habitación a ver que tiene?
     - No creo que eso sea una buena idea, Sara.
     - ¿Y si tiene ahí dentro un misil teledirigido?
     - No lo tiene.
     - ¿Cómo puedes estar tan segura? Tal vez tenga pelos del bigote de Hitler, eso valdría una pasta en cualquier subasta.
     - Mira Sara, si quieres ver lo que hay en esa habitación entraremos, pero sólo un vistazo, sin tocar nada, un minuto, ¿de acuerdo?
     - De acuerdo.
     - ¿Me lo prometes?
     - Te lo prometo.
     - ¿Me lo prometes?
     - ¡Que sí! Pesada...
     Amanda fue a por su juego de llaves mientras Sara daba saltitos impaciente.
     - Vamos a desmantelar tu bunker, viejo cabrón - decía.



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     En la taberna de Sam cuatro muchachos jugaban a las cartas en una mesa cuando Berny entró. Se quedó allí un rato, sin avanzar, sin mover un solo músculo.
     - Tsss, mira Toni - dijo uno de los jóvenes-, ese anciano apesta a carne rancia.
     - ¡Escuchadme Compañía! - dijo Berny dirigiéndose a ellos-, cubrid la retaguardia mientras me tomo siete cervezas.
     - ¡Lárgate de aquí, viejo meón!
     - ¡Sí!, vete a un callejón y jódete a un gato.


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     Abrieron la puerta y entraron en la habitación.
     - ¡El pesebre en llamas! - exclamó Amanda-, huele a bacon y a moho.
     - ¿A qué huele el moho? - preguntó Sara.
     - No sé, es una mezcla de olores entre un armario viejo y una lata de guisantes vacía, ¿comprendes?.
     - Creo que sí. Veamos lo que hay en ese armario.
     - Dijimos que nada de tocar, ¿recuerdas?. Además Berny estará al caer.
     - Venga, sólo será un instante. ¡Dios mío, qué frío hace aquí! ¿cómo puede aguantarlo?
     - Sara, éste tío ni siente ni padece. Es carne muerta errante.
     - Qué bien hablas, Amanda. A veces me sorprendes.
     - Bueno yo... - se puso roja.
     - Voy a abrir el armario - dijo Sara-, prepárate.
     - No lo hagas, me lo prometiste.
     - No te prometí nada, ¡voy a abrirlo!
     - ¡Noooo!
     - ¡Allá voy!
     Lo abrió...
     - ¡Gaspar empalmado! - bramó Amanda.
     - ¡Tres litros de mierda! - aulló al viento Sarita-, ¡llama a la policía Amanda, llámala ya, maldita sea esta pensión de los huevos!
     - En el nombre del Padre, del Hijo y del Santísimo Espíritu - rezó Amanda claramente conmocionada-, sería mejor que avisáramos a un cura y a la prensa.
     - No sé, voy a vomitar hasta por la nariz, tengo frío, estoy débil, me mareo.
     - Y yo.
     Cayeron al suelo. Sara aún tenía plumas entre las uñas.

                                                                                         
                                                                                           Jacobo Sánchez
                                                                                                © copyright
                                                                                                Año 1998


                                                                                              




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